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La restauración y el Monasterio de Los Jerónimos

Francisco Javier López Martínez
Francisco Javier López Martínez
Imagen antigua del Monasterio de Los Jerónimos
Imagen antigua del Monasterio de Los Jerónimos

PATRIMONIO Y RESTAURACIÓN

Por patrimonio entendemos hoy todo aquello que la sociedad quiere conservar y transmitir a generaciones futuras. Parte de ese legado se encuentra reconocido legalmente como tal, con distintas categorías.

En mi opinión, cuando actuamos sobre un edificio existente, con conocimiento, respeto y coherencia a eso le llamamos restauración.

<<Restauración>> fue un concepto reconocido como nuevo en el siglo XIX. Y hoy es una palabra desgastada por el uso y el abuso. En su sentido actual, riguroso y profundo, la restauración trata de recuperar valores, así como de potenciar el conocimiento y la posibilidad de la experiencia, para conseguirlo se hace un esfuerzo por conservar la materia, pero la materia no es lo único importante, a veces ni siquiera es lo más importante.

Toda restauración ha de partir del conocimiento amplio sobre el objeto y sus contextos; no sólo debe referirse al pasado, sino también al presente puesto que el objeto ha llegado hasta este momento cargado de información, significados y aspiraciones.

La complejidad y dificultad de la restauración radican en la necesidad de conocimiento previos y en la compatibilización de los distintos valores e intereses, ambos cambiantes, que rodean el objeto.

Las Leyes que tratan del patrimonio cultural, y los encargados de su aplicación y defensa, no evitan el crecimiento de las ciudades, la transformación de los edificios, la ocupación del territorio, los cambios en el paisaje... más bien imponen procedimientos y límites. Quizá lo más delicado, socialmente hablando, sea establecer dónde están esos límites, puesto que también lo son de derechos (derechos colectivos y particulares), y siempre deben ser razonados, racionales, equitativos y justos.

 

EL PROCESO DE RESTAURACIÓN

En un monumento, también en cualquier objeto considerado patrimonio, sea mueble, inmueble, material o inmaterial. Hay que actuar, como hemos dicho, partiendo del respeto a sus valores, tratando de que la intervención no suponga una pérdida descontrolada de los mismos, siendo conscientes, al mismo tiempo del esfuerzo por proteger, de que algunos valores pueden ser contradictorios.

La restauración debe constituir un proceso reposado, una acción escrupulosa. Es el momento de muchas preguntas, de la duda precisa, de la identificación y la toma de conciencia.

En general, la restauración de un edificio conlleva:

1º Conocimiento del bien: Incluiría un levantamiento planimétrico riguroso; el análisis de sus valores (tanto del edificio como de su entorno) históricos, arquitectónicos, constructivos, simbólicos, sentimentales... Como se puede ver todos esos aspectos se pueden superponer.

2º Conocimiento de las normas que le afectan, estas normas establecerán obligaciones y derechos y, en su caso, pautas a seguir.

3º Estudio del programa que es necesario satisfacer, así como su compatibilidad con los valores del bien y con las normas vigentes.

4º Redacción y aprobación de un proyecto que puede ir precedido de un plan director.

5º Ejecución de las obras.

6º Documentación de todo el proceso, para enriquecer el conocimiento del bien y posibilitar su difusión.

7º Mantenimiento.

 

LA RESTAURACIÓN DE LOS JERÓNIMOS

Como arquitecto y profesor, muchas veces me imagino la situación de tener que restaurar Los Jerónimos. Miro sus muros, sobre todo su cara exterior, haciéndome preguntas; con la tranquilidad de quien no tiene que actuar, pero con la tensión de quien no es indiferente.

En primer lugar, me pregunto por el cambio de uso, y pienso que el universitario puede ser perfectamente compatible con un edificio que, originalmente, fue monasterio; aunque ahora deba soportar mucha más gente, movimientos y necesidades de espacios comunes. Observo que las mayores incidencias o repercusiones se dan, claramente, en el entorno; entonces me cuestiono los límites (no me refiero a límites físicos sino a las restricciones) y, para no ser yo más escrupuloso y restrictivo que nadie, miro los términos que marca el planeamiento...

Y vuelvo a pensar en la realidad y hago un esfuerzo por situarme en la hipótesis de que yo tuviera (o hubiera tenido) que actuar: Me cuestiono cómo debería ser la comunicación entre diferentes edificios, porque esa es una situación nueva que supone un cambio fundamental de relaciones. En su origen predominaban las relaciones internas; las exteriores eran con la huerta, con los caminos, con el agua, pues no existían edificios próximos con los que comunicarse directamente.

Miro el entorno y veo grandes diferencias. Nunca, hasta esta etapa, lo había mirado críticamente; tengo recuerdos vagos como el de buscar Los Jerónimos desde la Cresta del Gallo; yendo hacia La Ñora emergía entre algunas naves, no sé bien si eran de un colegio o talleres de escayolas; me parecía monumental y bastante cerrado; recuerdo limoneros y tapias. Tenía su misterio, pero nunca le hice demasiado caso como no se le hace a aquello que te resulta familiar. Pude entrar algunas veces antes de que fuera universidad: de ejercicios cuando hacía mi bachiller, el día de mi boda, incluso en una ocasión por motivos de trabajo...

Ahora veo varios edificios, siempre más bajos que el monasterio, y me pregunto si crecer es compatible con el respeto a sus valores, busco sus leyes de composición. Pienso en otros monasterios... y en el crecimiento de los cristales o en el de una semilla.

Y vuelvo a tocar los muros y a llenarme de preguntas:

En la piel de sus fachadas, ahora que están deterioradas, se evidencian, al menos, dos tratamientos superpuestos. Me cuestiono el valor de cada uno y cómo debería ser su piel actual.

Veo variedad de huecos, la osamenta metálica de balcones ruinosos. ¿Son un añadido? ¿Necesitaban los monjes asomarse a la huerta? No sé si los monjes necesitaban asomarse, pero el monasterio miraba, desde una posición suavemente elevada, a la huerta: al este y al sur; ahí radicaba su posición privilegiada.

¿Por qué las cubiertas tapan las torres parcialmente?

¿Por qué la iglesia tuvo que crecer por sus pies dejando atrás las torres?

Veo cimientos escuetos. Sin embargo, el ala sur se sumerge en el terreno creando un sótano.

Veo la tierra del lugar formando parte del edificio

Si entro, las preguntas se multiplican: ¿Cuáles eran sus niveles originales? ¿Hubo un banco perimetral en el claustro? ¿Cómo fueron los pavimentos? ¿Cómo hay que entender las decoraciones superpuestas? ¿Cómo se llenada el aljibe (hoy camuflado por la vegetación)?

Se me ocurren muchas cosas... sobre todo preguntas. Pero rehabilitar también te obliga a dar respuestas. La Ciencia es un soporte imprescindible, pero, a veces, aunque la Ciencia no llegue a responder, la arquitectura tiene que hacerlo.

No puedo evitar el pensar sobre cómo compaginar valores contradictorios, construcciones y heridas, historia y necesidades, sueño y realidad.

Iba a decir que de una restauración siempre se sale malparado, que nunca queda a tu entera satisfacción; pero digamos que se sufre y se goza. Lo más importante es que todo haya sido fruto de una reflexión metódica, que cualquier solución -porque la arquitectura no puede eludir soluciones- se pueda explicar.

Los alumnos de arquitectura, quizá, me entiendan.

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